jueves, 10 de febrero de 2011

Cómo despedirse del pañal


Decir adiós al pañal es una de las tareas más complicadas a las que se enfrentan papás y pequeños. Unos niños tardan más tiempo que otros en conseguirlo y, cuando esto no sucede, los padres tienden a angustiarse, actitud con la que pueden empeorar la situación al generar estrés y presión en su hijo. Saber cuándo es el momento adecuado según la propia maduración del niño, dedicarle tiempo y, sobre todo, tener mucha paciencia serán las claves del éxito.


Lo primero que hay que tener en cuenta a la hora de quitar definitivamente el pañal a un niño es que, además de ser un proceso normalmente lento y gradual que tiene fases de avance y retroceso, no hay una edad exacta para hacerlo, sino que dependerá de la madurez del sistema neurológico del pequeño y de su propia preparación psicológica. No obstante, los expertos consideran que los 18-24 meses es un momento apropiado para comenzar con el aprendizaje. El control de esfínteres se estabilizará alrededor de los 4 ó 5 años.
El momento adecuado
Hay una serie de indicios que pueden servir de orientación a los padres para saber si su hijo está preparado para dar ese salto:

Mantiene el pañal seco durante tiempos más o menos largos y después de las siestas.
Avisa cuando ha hecho pipí o caca o cuando quiere hacerlo (pidiéndolo o mostrándolo con gestos en la cara).
Le molesta el pañal y quiere que se lo quiten.
Demuestra interés en aprender a usar el baño.
Puede subirse y bajarse la ropa solo.
Diferencia mojado y seco.
Es capaz de seguir instrucciones simples.
¿Qué hacer?

Información: Es importante que el niño sepa lo que se espera de él, pero también que se familiarice con el nuevo entorno, el baño, así como con el 'extraño' objeto que va a utilizar. Habrá que explicarle qué es, para qué va a ser usado y por qué. Es importante saber que el aprendizaje en esta etapa de la vida es imitativo, es decir, los niños imitan lo que hacen las personas que tienen alrededor. Por lo tanto, jugará un papel muy importante a la hora de enseñarles a controlar sus esfínteres que ellos vean a otros (padres, hermanos, amigos) usar el baño.

El primer paso siempre es el orinal: Hay que acostumbrarle progresivamente a él, de manera que lo considere casi como un juguete. Por ejemplo, después de comprarlo, es conveniente que el niño lo use libremente para lo que le apetezca (jugar, arrastrarlo, etc.), puesto que así le cogerá confianza. Perdido el miedo, se trata de intentar que el pequeño se siente en él, aunque sea vestido, que se mueva, se siente y se levante. Si el niño no quiere, nunca hay que forzarle, puesto que sólo conseguiríamos el efecto contrario, y esperar un tiempo prudencial antes de volverlo a intentar.
Empezar a ir al baño: Cuando sea un poco más grande, puede acompañarse al niño al lavabo cada cierto tiempo, convirtiéndolo en una especie de ritual que se aprenda y repita casi de modo automático. Conviene acostumbrar a los pequeños a utilizar el inodoro tan pronto como sea posible. Por eso, para combatir las primeras aprensiones, puede resultar útil recurrir a un adaptador de los que venden en el mercado.
Fuera los pañales: A modo de transición entre el pañal y el inodoro, algunos padres optan por usar variantes de pañales que simulan ropa interior y ayudan a los pequeños a desarrollar la habilidad de subirse y bajarse la ropa a la hora de ir al baño. Este tipo de productos es una buena alternativa también para las noches, puesto que los niños participan activamente y, además, se sienten protegidos.
Es importante tener en cuenta que una vez que el pequeño use ya ropa interior, no hay que volver al pañal, ya que esto sólo contribuiría a que el niño perdiese la confianza ganada con sus logros. Tampoco es conveniente iniciar el aprendizaje en momentos clave, como una mudanza, la llegada de un hermanito, el inicio de las clases, con el alejamiento o pérdida de algún ser querido o cualquier otra situación que implique un cambio importante para el pequeño.

Sobra decir que si el niño no hace pipí cuando le estamos enseñando, no hay que enfadarse ni regañarle y, si se logra el objetivo, es aconsejable felicitarlo, puesto que de este modo fomentamos su autoestima y confianza. No hay que olvidar que en este proceso el tiempo, la paciencia, el cariño y la comprensión son elementos fundamentales.

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